
El Amazonas toma su nombre de las batallas que los indios libraron contra las expediciones españolas lideradas por Francisco Orellana, primo de Gonzalo Pizarro, a lo largo del rio Napo (cerca de Iquitos-Perú).
Los indios, muchos de ellos mujeres, lucharon contra los invasores y tomando la simbología griega, se las llamaría amazonas, nombre que adoptaría el rey de los rios en honor a estas fieras guerreras.
A través del Amazonas y a bordo del Rodriguez Aves voy rumbo a Santarem. Tres días de viaje en una navío de tres plantas donde los pasajeros colocan sus hamacas para poder descansar, creando una imagen colorida de diferentes telas que, tocadas por la brisa y el vaivén del barco, parecen bailar al son de un

a música misteriosa.
Entre la vegetación frondosa se descubren pequeñas casas. Hechas
de madera y a orillas del Amazonas las habitan los
cablocos, como se llaman los descendientes de indios con portugueses. Éstos viven de la pesca, de la agricultura y de la ramadería.
Una figura menuda sale de la vegetación y camina hasta alcanzar una pequeña canoa, que descansa en el porche naútico de una de

esas casas. Remo en mano se dirige al barco. Al acercarse, se descubre una cara jovial, de seguramente no más de veinte años, alza la mano y la mueve a modo de saludo. Sonrie. De repente, algo cae por la borda. Se trata de una pequeña bolsa lanzada al mar. A ésta le siguen más y
más bolsas, y sin haberme dado cuenta, a esa canoa le siguen también más y más canoas, de forma que las antes solitarias aguas marron cremoso del Amazonas se han convertido ahora en una concorrida autopista marítima de bolsas y canoas

Al parecer es habitual que los
cablocos salgan al encuentro de los navíos. Y es que, según la tradición, cuando el barco pasa, algunos espontaneos lanzan ropa, comida y juguetes al mar. Si hay suerte, las alcanzan y si no, sin dejar de sonreir, viran su canoa para volver a la orilla.
Un nuevo sonido rompe el silencio. Es una lancha. Nos ha alcanzado a babor y se ha amarrado a nosotros. Me asomo y veo a un hombre sujetando firmemente una cuerda, la que le sujeta a nosotros. Obviando la no poca velocidad que llevamos y la altura que separa a las dos embarcaciones, salta así, en un plis plas, a bordo del Rodriguez Alvez. Vende pescado y açaí, zumo que enloquece en Brasil, extraído de una palmera que crece en el amazonas y cuyo consumo se remonta a tiempos pre-coloniales. A estribor, saltan unos vendedores de camarón. Gambitas pequeñas, salzonas y deliciosas si las combinamos con
cerveza.

Sin embargo, no todos se dedican a la pesca. El gran negocio del Amazonas está en la madera. Y, sobretodo, con la tala ilegal, díficil de controlar y que mueve gran cantidad de dinero.
César Barbosa se proclama defensor del Amazonas. Cuarentón y con sombrero de paja se dirige a Prainha, a medio camino de nuestro destino. Para él, la solución a la constante desforestación

del Amazonas es un buen plan educativo que cree, en las generaciones más jovenes, una conciencia medioambiental para poder preservar el medio.
Ciertamente, también el gobierno quiere ahora enmendar el problema, en gran medida causado por la concesión de permisos para la explotación de madera a multinacionales.
Brasil salió de la dictadura militar con una gran deuda externa que intentó paliar con estas concesiones y lo que se consiguió fueron miles de áreas desforestadas del rio más largo del mundo. Sin embargo, recientemente se ha creado un ministerio para la conservación medioambiental que permite la tala pero obligando también a la plantación. En sus planes, está la plantación de 1 billón de árboles.

El Amazonas no es sólo un pulmón del mundo sinó fuente de muchos recursos medicinales. Ya en el siglo XIX un británico descubrió estas propiedades para la salud. Hoy se han catalogado alrededor de 5000 plantas. Entre tantas, antioxidantes, antiinflamatorios e incluso una viagra natural. Sin embargo, los beneficios de la industria no han sido para los brasileiros sinó para empresas francesas, japonesas y estadounidenses que han patentado sus productos.
Cabe recordar una profecía índia que decía asi: "Sólo después de que el último árbol sea cortado, el último pez sea apresado y el último río sea envenado. Sólo entonces sabrás que el dinero no se puede comer"