jueves, 30 de octubre de 2008

Amazonas: un caramelito para muchos

El Amazonas toma su nombre de las batallas que los indios libraron contra las expediciones españolas lideradas por Francisco Orellana, primo de Gonzalo Pizarro, a lo largo del rio Napo (cerca de Iquitos-Perú).
Los indios, muchos de ellos mujeres, lucharon contra los invasores y tomando la simbología griega, se las llamaría amazonas, nombre que adoptaría el rey de los rios en honor a estas fieras guerreras.


A través del Amazonas y a bordo del Rodriguez Aves voy rumbo a Santarem. Tres días de viaje en una navío de tres plantas donde los pasajeros colocan sus hamacas para poder descansar, creando una imagen colorida de diferentes telas que, tocadas por la brisa y el vaivén del barco, parecen bailar al son de una música misteriosa.

Entre la vegetación frondosa se descubren pequeñas casas. Hechas de madera y a orillas del Amazonas las habitan los cablocos, como se llaman los descendientes de indios con portugueses. Éstos viven de la pesca, de la agricultura y de la ramadería.

Una figura menuda sale de la vegetación y camina hasta alcanzar una pequeña canoa, que descansa en el porche naútico de una de esas casas. Remo en mano se dirige al barco. Al acercarse, se descubre una cara jovial, de seguramente no más de veinte años, alza la mano y la mueve a modo de saludo. Sonrie. De repente, algo cae por la borda. Se trata de una pequeña bolsa lanzada al mar. A ésta le siguen más y más bolsas, y sin haberme dado cuenta, a esa canoa le siguen también más y más canoas, de forma que las antes solitarias aguas marron cremoso del Amazonas se han convertido ahora en una concorrida autopista marítima de bolsas y canoas


Al parecer es habitual que los cablocos salgan al encuentro de los navíos. Y es que, según la tradición, cuando el barco pasa, algunos espontaneos lanzan ropa, comida y juguetes al mar. Si hay suerte, las alcanzan y si no, sin dejar de sonreir, viran su canoa para volver a la orilla.

Un nuevo sonido rompe el silencio. Es una lancha. Nos ha alcanzado a babor y se ha amarrado a nosotros. Me asomo y veo a un hombre sujetando firmemente una cuerda, la que le sujeta a nosotros. Obviando la no poca velocidad que llevamos y la altura que separa a las dos embarcaciones, salta así, en un plis plas, a bordo del Rodriguez Alvez. Vende pescado y açaí, zumo que enloquece en Brasil, extraído de una palmera que crece en el amazonas y cuyo consumo se remonta a tiempos pre-coloniales. A estribor, saltan unos vendedores de camarón. Gambitas pequeñas, salzonas y deliciosas si las combinamos con
cerveza.

Sin embargo, no todos se dedican a la pesca. El gran negocio del Amazonas está en la madera. Y, sobretodo, con la tala ilegal, díficil de controlar y que mueve gran cantidad de dinero.

César Barbosa se proclama defensor del Amazonas. Cuarentón y con sombrero de paja se dirige a Prainha, a medio camino de nuestro destino. Para él, la solución a la constante desforestación del Amazonas es un buen plan educativo que cree, en las generaciones más jovenes, una conciencia medioambiental para poder preservar el medio.


Ciertamente, también el gobierno quiere ahora enmendar el problema, en gran medida causado por la concesión de permisos para la explotación de madera a multinacionales.

Brasil salió de la dictadura militar con una gran deuda externa que intentó paliar con estas concesiones y lo que se consiguió fueron miles de áreas desforestadas del rio más largo del mundo. Sin embargo, recientemente se ha creado un ministerio para la conservación medioambiental que permite la tala pero obligando también a la plantación. En sus planes, está la plantación de 1 billón de árboles.

El Amazonas no es sólo un pulmón del mundo sinó fuente de muchos recursos medicinales. Ya en el siglo XIX un británico descubrió estas propiedades para la salud. Hoy se han catalogado alrededor de 5000 plantas. Entre tantas, antioxidantes, antiinflamatorios e incluso una viagra natural. Sin embargo, los beneficios de la industria no han sido para los brasileiros sinó para empresas francesas, japonesas y estadounidenses que han patentado sus productos.

Cabe recordar una profecía índia que decía asi: "Sólo después de que el último árbol sea cortado, el último pez sea apresado y el último río sea envenado. Sólo entonces sabrás que el dinero no se puede comer"

lunes, 27 de octubre de 2008

Ilha de Marajó: la isla de los búfalos

El trayecto de Belem a la isla de Marajó resulta cómodo y rápido. El navio ritma armoniosamente con el vaivén de las aguas. Es temporada de fuertes vientos en el Amazonas y las aguas están agitadas.
La Isla de Marajó, la más grande floresta natural y animal del mundo, tiene una extensión superior a Suiza y está a tres horas de Belem. Situada en la desembocadura del Amazonas, esta isla es famosa por su belleza natural y por sus fazendas, granjas dedicadas a la crianza del búfalo. Ciertamente, el paraje tropical de estas tierras es deslumbrante. Verdes y ocres intensos de los cientos de mangos, cocoteros y palos amarillos que se estiran a tocar el cielo. En tierra, decenas de búfalos. Y es que Marajó vive de ellos y los búfalos gozan en Marajó.

Salvaterra y Soure son dos de las ciudades de la isla. A 30 kilómetros del puerto encontramos Salvaterra. Durante el trayecto se ven los primeros búfalos. Estos animales pueden llegar a alcanzar los novecientos kilos de peso así que no pasan muy desapercibidos. Sin embargo, pasean a sus anchas por la carretera: tranquilos y a paso lento, mientras otros búfalos, al otro lado de la carretera, los miran tediosos tumbados al sol. Por su parte, la gente recorre las calles en bicicleta o a caballo tratando de esquivarlos. Salvaterra cuenta con bellas playas y buenos restaurantes donde comerse un filete de búfalo a la marajoana, la especialidad de la isla.

El rio de paracauari separa estas dos localidades, conectadas entre sí gracias a unas pequeñas embarcaciones que sirven de enlace. A real y medio las barcas cruzan las aguas con pasaje y carga hasta la otra orilla, donde nace Soure, más pequeña que Salvaterra y también más tranquila.


A pocos metros del puerto de Soure, unos lugareños parecen refrescarse en el rio. Acortadas las distancias, descubro que no son cabezas humanas sinó de caballos. Un equino rebuzna en el agua, tratando de nadar hacia la orilla: poco a poco, se va descubriendo algo más de su cuerpo y, para mi sorpresa, también otra cabeza, la del jinete que lo monta, que con una amplia sonrisa habla a gritos a su compañero, a quien también había confundido. A escasos metros, un búfalo, tumbado y sujetado por una pequeña cuerda a un delgado árbol, espera paciente a que acabe el baño.
Una parte de los búfalos que viven en Marajó son domesticados y utilizados como transporte, como ayuda indispensable para trasladar la carga. Pueden llegar a arrastrar 3500 kilos aunque la gran mayoría están en las numerosas fazendas repartidas a lo largo y ancho de la isla.
  • LAS FAZENDAS

En la fazenda de Bon Jesús, en Soure, trabaja Anselm desde hace 6 años y es quien nos da un paseo por los extensos territorios. 6600 hectáreas de paraje idílico aunque para Anselm todavía podría ser más bonito si no hubieran tenido un año tan seco, dice.

Numerosas aves de diferente índole planean sobre la fazenda. A mi derecha, un pequeño lago al que acude un caballo a beber y, a lo lejos, los vaqueiros, como se llaman a los que trabajan en la fazenda, conducen una manada de cebús, subespecie de bovino doméstico. Los demás vaqueiros, dice Anselm, están con los búfalos al otro lado de la fazenda.

En Bon Jesús hay cebús, vacas, 600 caballos y 1000 búfalos. Búfalos carabá, el más bravo de todos y el que da la mejor carne, el muja, el que da la mejor leche, el abaraballi, el semental, y el mediterraneo, " muy delicado y por eso lo domesticamos", dice Anselm. Y es que aunque en las fazendas no sólo hay búfalos, la tendencia es centrarse en ellos, que son más rentables. El que gana peso más rápidamente y teniendo en cuenta que se paga lo mismo por un kilo de cualquier animal; es el búfalo el mejor pagado. 1 o 2 reales por kilo para un animal cuyo peso puede llegar a alcanzar la tonelada y del que se aprovecha tanto la carne como la leche, incluso se hacen cuajadas, sin olvidar la piel, para las sillas de montar.
De todas formas, el búfalo no sólo es destinado a la producción, sinó también a la diversión. Con frecuencia se organizan en Soure carreras de búfalo que, seguro, son todo un espectáculo. El ganador se lleva una nevera y el reto: aguantar lo máximo posible encima del búfalo.
Anselm participó pero no está satisfecho del resultado. "No pude agarrarme bien. Mi búfalo era muy joven y tenia un rabo pequeño y con menos pelo", afirma apenado. Y es que el récord está en 5 minutos, demasiada diferencia con los tres minutos que aguantó él.
De repente, Anselm se detiene. Jacarés, exclama. O sea, cocodrilos. Ante el pánico que provoca ese nombre, Anselm aclara que no es que haya uno en ese instante sinó que en el lago a nuestra izquierda, suelen haber. También pirañas, que traen locos a los fazenderos porque "echan a perder las vacas". Desafortunadamente, las vacas se acercan a beber al lago y las pirañas les muerden las tetillas hasta el punto que no pueden dar leche y han de ser vendidas al matadero. Y por si fuera poco, sururucu, o cobras, animales que han provocado más de un accidente en la fazenda.
Un amigo y compañero de trabajo de Anselm salió a trabajar sin las botas reglamentarias y en un descuido, pasó al lado de lo que él pensaba era una caca de búfalo pero que, en realidad, era una cobra. La cobra le saltó a la pierna y le mordió. En ese instante, alcanzó a llamar a Anselm y según cuenta, no hacía más que gritar de dolor. Afortunadamente, después proporcionarle el antídoto pudo salvar la pierna aunque perdió todo el bello.






lunes, 20 de octubre de 2008

Belem, puerta del Amazonas

Capital del estado de Pará, Belem es una contracción de Bethleem: Belem como la Belén de Oriente Próximo donde según los cristianos nació Jesús o primera ciudad de este pequeño gran viaje. Puerta del Amazonas, en estas tierras cálidas no nació ningún dios pero sí tienen una divinidad que es la Iglesia de la Virgen de Nazaret. Esculpida en la Nazaret israelí, la relíquia cuenta con una turbulenta historia de robos y desapariciones hasta que llegó a Brasil allá por el 1700 de mano de los jesuítas para volver a perderse, esta vez en la jungla, hasta recuperarla y construir la iglesia. En la actualidad, la devoción a esta virgen es intensa y cada segundo domingo de octubre se la saca a procesión. Un gran acontecimiento que moviliza cada año a centenares de personas que acompañan a la virgen sujetando las cuerdas que emanan de ella. La fe en la virgen cura heridas y los milagros se sucedes, dicen. Ni una estrella de cine cuenta aquí con más merchandising.
Belén es una ciudad caótica, legado de lo que fue antaño. Esta ciudad vivió su época de máximo esplendor en la primera mitad del siglo XX cuando se pontenció la explotación del caucho, emulsión conocida como latex y que se consigue de la savia de los árboles sobretodo de Brasil.
Se construyeron plazas, jardines, palacios y teatros. También se gestó la semilla del actual Ver-o-Peso, el mercado al aire libre más grande de America Latina. Aquí se encuentra de todo: carne, pescado, vegetales, todo tipo de frutas exóticas, artesanías y un sinfín de cachibaches en los más de 26000m2 de este mercado.
Un hombre destila la mandioca con la que obtendrá harina y bebida. A pocos metros, un pescatero carga un ejemplar digno de movi Dick, a su izquierda el frutero, a quien apenas se ve detrás de una gigantesca sandia. Un mercado bullicioso y caótico que queda atrás dando un pequeño paseo hasta el Forte do Castelo, la fortaleza inicial de Belem y desde donde se tiene una magnifica vista.
Por encima de Castelo sobrevuela en círculo una manana de pájaros. Son urubus, aquel pariente del buitre, de mala fama y sin embargo, aquí común como las palomas. Esperan ansiosos su turno, el del despiste del pescador que tiene abajo. El manjar de la decena de emarcaciones pesqueras que están siendo limpiadas.

Mala fama tiene también Belén. Dicen de ella que es una ciudad peligrosa. Las advertencias al turista son altas, claras y constantes llegando incluso a aconsejar la escolta policial. Así que la psicosis se apodera del turista convirtiendo el tema de la seguridad en el tema estrella para conversar. Sin embargo, Belén, sin ser la paracea de la seguridad acoge sin más relezo al turista que quiera disfrutar de ella y conocer a través suyo el gran Amazonas.

Érase una vez un viaje...

que lleva a dos amigas a pisar tierra latinoamericana. De Brasil a México, cruzando el Amazonas y territorio inca para alcanzar la panamericana y así, a través de Centroamérica, llegar a tierras mexicanas.
De momento, partimos de Barcelona para iniciar una aventura que iremos relatando tan bien como sepamos. Aquí tienen el blog de Sandra, la otra parte de este viaje: www.patadeperro.nireblog.com

En Salvador por unas horas

De madrugada, desde las alturas y en la negritud de la noche avanza el avión. El comandante da las informaciones pertinentes. Al parecer estamos a punto de aterrizar en Salvador y, sin embargo, no veo luces de urbanidad allá abajo. Sólo pequeños focos de luz en la inmensa oscuridad. Extrañada trato de imaginar como es Salvador y por donde debe estar virando el avión para encarar la pista de aterrizaje cuando, de repente, un entramado de luces en diferentes tonos aparece ante mis ojos. Impresionante. Una frontera luminosa separa el Atlántico de tierra brasileira.


Esa frontera luminosa es la tercera ciudad en importancia de Brasil: Salvador de Bahia. Una ciudad tranquila, dicen los bahianos. "No como São Paulo que parece Nueva York". La ciudad se distingue por su puerto, uno de los mejores de Brasil. Una condición que supieron aprovechar los portugueses para conquistar estas tierras. Los primeros asentamientos fueron en la parte baja de Salvador pero, a medida que la ciudad fue creciendo, se ocuparon también las tierras altas. Para comunicar ambas partes se crearon ascensores, algunos todavía en uso y parte de la particular fisonomia de esta ciudad. Precisamente mi amigo Jõao está haciendo un reportaje de estos ascensores. Cuenta que antes de que existieran los elevadores, los colonos utilizaban un sistema de balanzas que consistia en contrapesar los materiales preciosos extraídos de estas tierras con el peso de los esclavos. Y que en ocasiones el peso cedía y muchos morían. Esclavos africanos de la colonización cuyos descendientes han convertido a Salvador en la ciudad de mayor concentración de población negra después de África.