jueves, 19 de marzo de 2009

Hamán, el baño turco


En la cara europea de Estambul, en el corazón de la ciudad,
conocido como Sultanahmet, se alza el hamam de Çemberlitas, una de las “casas de baño” más antiguas de la ciudad. Construído en 1584 por el legendario arquitecto Mimar Sinan, Çemberlitas se considera una de las obras más importantes de la arquitectura otomana del siglo XVI. Aquí turcos y no turcos se acercan a relajarse. A tranquilizar la carne para poder tranquilizar el espíritu como se diría en la famosa película de Ferzan Özpetek. El baño con vapor fue una costumbre que, iniciada por los romanos, se transmitió a los bizantinos y éstos a los turcos. A medida que fueron desapareciendo las deficiencias higiénicas en los hogares se fue perdiendo la costumbre de ir a los baños públicos. Sin embargo, los turcos siguen manteniendo viva la tradición y el hamam se ha convertido en parte esencial de la vida pública turca. Un tratamiento de belleza, de salud, lugar de reunión, un oasis en la caótica y mágica ciudad de Estambul.


Los extranjeros se acercan al hamam con cierto pudor; el exotismo, la desconfianza y el a veces destartalado aspecto externo de los baños acongojan al recién llegado. Separados en diferentes salas según el sexo se conduce amablemente al cliente al camekan, sala de recepción y vestuario, donde en diferentes habitáculos uno puede deshacerse de las molestas ropas y vestirse con el pestamal, toalla típica del hamam, más cómada y ligera aunque también algo rasposa. Sin embargo, los impedimentos de la ropa se olvidan rápido cuando le conducen al sogukluk, antesala del baño, de temperatura aproximada a los 30-40º C y donde el matir, como se llama masajista en turco o tellak si es masajista masculino, remoja al cliente por primera vez. La temperatura es cálida, agradable. Los poros van abriéndose a medida que el cuerpo acumula calor. Del sogukluk al hararet, impresionante. Una sala espaciosa con una gran plataforma de mármol iluminada por una bóveda con pequeños orificios, que permiten la entrada de haces de luz directos que iluminan los cuerpos creando un juego de luces y sombras sorprendente en la piel desnuda. Aquí el calor alcanza los 40 -50 grados. Con el kese, un guante de oveja, la masajista empieza a frotar la piel. El ir y venir del guante es algo rudo, hasta doloroso, pero efectivo: la suciedad se desprende con facilidad. La capa más superficial de la epidermis se desprende y la sensación de la piel al tacto es renovadora, una piel más pura, tan suave como la piel en la infancia. Acto seguido viene el lavado, también intenso acompañado con un suave masaje. Un masaje por todo el cuerpo: pies, muslos, espalda, vientre, senos, brazos, cuello para acabar con un suave toque de cabeza que eleva al cliente tan alto como la cúpula que lo ilumina. Por último el lavado final y el relax de una experiencia purificadora que se quiere repetir.

El perfil del cliente actual en Çemberlita responde a partes iguales de autóctonos y de extranjeros. Rusen Baltaci, gerente del hamam , asegura que por el centro pasan alrededor de 300 personas al día. Que la clientela va en función de la estación: en verano, los clientes son mayoritariamente extranjeros y en invierno turcos y que, al menos, el cliente nacional busca en este servicio dos cosas principalmente. En primer lugar, la estética y en segundo lugar, un tratamiento saludable. Generalmente acuden al local una vez a la semana y desde una edad muy temprana. El cliente más joven es un niño de 5 años, dice Baltaci, y lo cierto es que mientras se ha elaborado este reportaje decenas de personas han ido entrando en Çemberlitas.
Algo más tarde, con 16 años, entró por primera vez en un baño turco Hiseyin Bazu. Ahora con 27 años recuerda su primera experiencia: “Mis amigos ya habían ido al hamán y me contaban los beneficios que tenía para el cuerpo así que fui y lo probé, desde entonces, voy cada vez que puedo”.